miércoles, 4 de abril de 2012

Extraños indicadores de lectura

Hace unos días, un colega profesional, afectado como muchos otros por la crisis económica, acudió a una tienda de compra-venta, de las que últimamente proliferan, para vender su biblioteca personal. Puesto que ha pasado muchos años compilando libros de distinto carácter –literatura, ciencias, textos profesionales, obras de arte, etc.- y también de distinto valor, aunque todos ellos estimables por un motivo u otro, pensó que su biblioteca poseía un cierto valor y, por tanto, un cierto interés para alguien. Fue grande su sorpresa cuando le ofrecieron comprar algunos miles de volúmenes, no por su calidad de libros, sino por su calidad de papel para pulpa, o, en términos breves, al peso. No vendió su biblioteca, como es natural, pero sí me dio pie a reflexionar acerca del valor de la cultura en general, y específicamente de la lectura, en tiempos en que comer es a veces una prioridad. También me hizo pensar acerca de los modelos culturales que privilegian el gran espectáculo por encima de las necesidades de alfabetización informacional de grandes masas de población. Por último, quise plantearme un escenario en el que la lectura sea posible y deseable, aunque carezca de valor económico y no sea económicamente rentable.

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