miércoles, 4 de abril de 2012

La balsa de la Medusa

Probablemente una de las pinturas más emblemáticas del Romanticismo de comienzos del siglo XIX sea La balsa de la Medusa, finalizada en 1819 por un joven Théodore Géricault. El óleo muestra a los supervivientes del naufragio de la fragata que da nombre a la obra, intentando mantenerse en unos tablones que apenas se mantienen unidos, empujados por una vela precaria. En primer plano aparecen aquellos que ya han muerto, o que atienden a los moribundos; en segundo lugar, los marineros que aún conservan las fuerzas otean el horizonte, y alguno de ellos señala hacia un cielo tormentoso, plagado de nubes negras, pero en el que se adivina un atisbo de luz. Aunque de manera más dramática y obscura, la obra de Géricault se asemeja a otra obra maestra, El paseante sobre el mar de nubes, que aproximadamente en la misma fecha finalizó el gran pintor alemán Caspar David Friedrich. En este caso, un individuo, de espaldas al espectador, contempla, desde la cima de una montaña, un cielo limpio y unas nubes blancas. Ambas muestras gráficas del pensamiento romántico nos obligan a reflexionar acerca de la posibilidad de que estemos asistiendo a un nuevo Romanticismo y, si es así, dónde se encuentra, en nuestro caso, el atisbo de luz, el cielo limpio. A pesar de que creemos que las respuestas no son en absoluto positivas, creemos que merece la pena especular sobre ello.

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